Verde

Verde

martes, 30 de octubre de 2012

Fragilidad


Se me enerva todo el cuerpo y observo los carros debajo del puente. Avanzan tan rápido, son tan ágiles, como la vida que se escapa. Me siento enferma, sobrevienen las náuseas. Aparto la mirada un momento y trato de que el aire frío de la noche cale en los pulmones y me refresque. El aire ingresa con dificultad y puedo escuchar los estertores en mi pecho después de cada bombeada de sangre del corazón. He perdido el equilibrio, me levanto de nuevo. Busco en mi frágil estado, algo de donde sujetarme, algo de lo que pueda agarrarme para continuar mi camino.

La madera espinosa del puente responde al tacto de mi mano. Me levanto. Empiezo a caminar. Con la vista nublada, intento distinguir los rostros de las personas que se apartan de mí con precaución. Me distraigo un momento y tropiezo con las escaleras. Hacia arriba es el camino. Entonces, con manos y pies, subo grada por grada, ruedo sobre el piso, magullo mis rodillas con las piedras, las zarzas se me enredan en los dedos, me hacen daño, me causan escozor.

Por fin llego a la casa. La casa vieja, la vieja casa. Saco la llave grande, la más grande de todas las llaves, y tanteo la cerradura con dificultad. La llave cede, la cerradura responde. Empujo la puerta con todo mi cuerpo y caigo sobre el piso. Un gesto de dolor silencioso sucumbe en la oscuridad. Las lágrimas calientes empiezan a salpicar desde mis ojos y con el dorso de la mano las seco sin reparos.

Me he vuelto a levantar, enciendo la luz de la cocina. Las ollas en su lugar, los platos sin lavar encima de la mesa. El foco comienza a parpadear, pareciera que reparte sombras en vez de cumplir con la labor de alumbrar. Me derrumbo en una silla, cojo la botella y un vaso cualquiera. El líquido azaroso quema mi garganta como el fuego. Trato de escuchar las voces de mi cabeza… Nada. Estoy tranquila de nuevo.

Recuerdo entonces toda la tarde. La tarde en el parque, las miradas silenciosas, sin escrúpulos, de sus visitantes. Sentados en la misma banqueta, tú y yo, testigos de la lluvia, somos desconocidos que juegan a ser conocidos. Tu mirada recorría el suelo. Atrás quedaron las memorias alegres, miramos al futuro y todo es confuso, como las ventanas empañadas de los carros. Pero estás tan cerca y te quiero tocar. Coger tus manos, acariciar tus muñecas. Recorrer tus dedos, apreciar el borde de tus uñas. Pero no lo hago. Mi imaginación vuela, pero mis brazos no responden al llamado.

Entonces me detengo sobre tu rostro, consternado, afligido por no sentir. Veo tus ojos, increíbles, jóvenes, oscuros. Otra vez vuelvo a imaginar. Mis manos restregando esos ojos perpetuos, tan inmóviles como figuras en el mármol. Mis dedos jugando con tus pestañas, densas, largas, que parecen arañas. Imagino que acaricio tu frente amplia y cuento las arrugas de la edad. Puedo sentir el olor de tu cabello, el calor de la sangre. Siento tu respiración acompasada, repaso tu nariz y hasta puedo observar la delicadeza de cada una de las grietas de tus labios.

Parpadeo. Las imágenes fueron vívidas, y tú sigues a pocos metros de mí. El espacio que nos separa es tan corto, pero implica leguas de distancia. Se demolió la ciudad de los inmortales, como inmortal creímos que sería este castillo hecho de naipes. No te sientas culpable. El pasado está enterrado. Venga, empecemos de nuevo. ¿Cómo estás? Hace tanto tiempo que no nos vemos. Ahora me miras, pero tu mirada ha cambiado, es tan indiferente, que duele. Se parece tanto a las estatuas de este parque novelesco. La lluvia continúa, interminable. Cojo mi máscara también y me la pongo. Te tiendo una mano y te invito a disfrutar de esta gran aventura súper sport.

Regreso a la cocina, la luz de sombras, los platos vacíos, la mesa descuidada. Recuerdo que bailaste conmigo con la máscara puesta, nuestras risas metálicas resonando en la tarde. Fuimos felices un momento, pero se acabó apenas terminó la lluvia. La gente corriendo, los niños llorando, las construcciones tristes, chorreando. Miraste alrededor, como quien elabora un minucioso inventario de sus trofeos de guerra. Formulaste una disculpa amable, tan tuya. Cogiste mi mano, la apretaste levemente. Dijiste algo sobre el adiós y las necedades de la vida. Desapareciste en la oscuridad como un fantasma. Me quedé sola en el parque, caminé sin pensar hasta el puente, donde la lucidez revivió con síntomas físicos y espirales de locura. Vuelvo a recordar tus dedos, tus ojos, tu nariz, tu cabello… sueños, tan sólo sueños.

martes, 23 de octubre de 2012

La Vida Comprada

Sonrió abiertamente. Cada atardecer le regalaba la libertad. Se sentó en la mesa de siempre, en el café de la calle de los geranios rojos. Casi nadie frecuentaba ese lugar, estaba ubicado en una terraza donde el viento soplaba violentamente e impedía la conversación. Pero a ella le gustaba bastante. 

El sol se escondía, estaba a punto de perderse entre las nubes sanguinolentas, y le alumbraba directamente el rostro. No se quejó, siempre disfrutaba las tardes de sol y viento. El viento frío se lleva los amargos pensamientos, mientras que el sol, caluroso, cura lentamente las viejas heridas. Y podía soñar. Soñar despierta, porque dormida no podía. De todas formas, el problema no se encontraba en la capacidad de soñar, sino en que la oscuridad le parecía aterradora, por eso no soñaba de noche. Mejor algo intermedio. Ni mucho frío ni mucho calor. Así se estaba bien.

También llevaba consigo un pequeño cuaderno de notas, donde escribía frases cortas, fruto maduro de cada atardecer. Cada día tenía un motivo diferente, dependiendo del estado de ánimo. Acostumbrada a redactar elaborados ensayos académicos, le resultaba un poco difícil volver a escribir como antes. Antes si escribía seguido, lo disfrutaba. Bueno, también no tenía casi nada que hacer con ese tiempo. Podía gastarlo como quería. Las horas no tenían la importancia que ahora tienen, la lluvia podía caer interminablemente y no estaba obligada a correr y cobijarse en cualquier lugar porque se le malograba la ropa y había que ir a algún sitio importante. Qué felicidad sentía cuando olía con tranquilidad la tierra húmeda, la fragancia de las plantas y cuando observaba las hojas caídas de los árboles, altos, que se elevaban al cielo como densos rascacielos naturales.

"Recién empiezo a ver el mundo como es", se dijo a sí misma. Había olfateado al animal de la vida, intuido el hambre insaciable de la sociedad, pero nunca lo compartió, no se sentó con el resto de la gente en la mesa redonda del convite a humedecer las fauces con la desgracia ajena. Huyó de "lo normal", escapó de la televisión y de la radio, se hundió en sus propios pensamientos y en los libros.

"El mundo de allá fuera es peligroso y amenazante, pero es misterioso y atrae", sentenció. No es posible vivir siempre al amparo del calor del hogar, bajo la protección de los padres, debajo de la dulce burbuja meticulosamente elaborada en años de convivencia. El hombre, el animal racional, adora el peligro y está continuamente al acecho, al filo de la navaja. ¿Significará esto la lucha, el conflicto entre lo bueno y lo malo?

Un día, tendrá que reunir las pocas cosas que realmente le pertenecen y tomar un nuevo rumbo. Empezará a tomar decisiones, será complicado. Sabe que sufrirá por un tiempo y extrañará el calor del hogar; pero ya no podrá volver atrás, pues una vez conquistado y domado el peligroso animal que es el mundo, no hay cosa más fascinante.

Lentamente cogió la taza de café, estaba frío, la dejó encima de la mesa y escribió en su libreta la fecha de ese día. Tiempo de cambio. ¿Pero hacia dónde ir?














lunes, 22 de octubre de 2012

Hoy te dedico esto...

Entre tus miles de pliegues encontré a mi mente
Entre tus miles de sonrisas encontré mi llanto
Entre tu corazón magullado me encontré a tu lado

Con el pasar de las horas nos sentimos mas
Con el pasar de los minutos nos conocemos mas
Con el pasar de los segundos te quiero mas

Déjame llevarte dentro de mis pensamientos
Déjame darte todos mis momentos
Déjame amarte sin prisas ni tiempos

Muéstrame tus miedos y alegrías
Muéstrame tu mundo y tus canciones
Muéstrame tus universos nuevos

Así llega el fin de este discurso lastimero
Con algo de suavidad y casi sin aliento
Me despido en tus noches de silencio

martes, 9 de octubre de 2012

Un Día Cualquiera


Todos los días, cualquier día era un día cualquiera,  el infernal ruido del ambiente iba acompañado hace muchos años de la malcriadez de los encargados del transporte público, algo casi natural, lo que lo hacía infernal era el pensar en que era una rutina de todos los días, y la verdad es que cualquier paisaje por más impresionante o desagradable, no significaba nada, habiendo solamente un sentimiento decepcionante y agotado.
Así eran los días, cualquieras, todos, lo único que distraía a Carlos Fúmelin era  la esperanza de encontrar súbitamente un cambio, ya que buscarlo nuevamente sería igual de desalentador que la vez pasada. A veces Fúmelin pensaba en lo que hubiera sucedido si hubiera hecho cualquier otra cosa en lugar de estudiar esa ridícula carrera, pero estaba harto, una de las cosas que más detestaba era imaginar su felicidad habiéndose dedicado a diferentes millones de cosas, aunque a pesar de eso, su mente se lo recordaba en los peores momentos, esta vez mientras caminaba, imágenes que iban desde conservatorios ficticios, en diferentes lugares del mundo, con finos muebles y grandes clases, hasta pelotas de malabarista en un cuartucho de hotel barato en cualquier parte de Sudamérica, todo era mejor que su carrera, era verdad. Estos pensamientos duraban casi siempre treinta minutos más o menos, el trayecto desde el Parque hasta el paradero y de ahí a la universidad, con un par de tostadas en el estómago y dos cigarrillos hasta el paradero del barrio, música e incomodidad en la combi y un cigarrillo más del paradero a la universidad.
¿Cómo se atrevía ese antro llamarse universidad? pensaba Fúmelin, a pesar de sus excusas, a pesar de su pereza, siempre tuvo claros sus valores por el verdadero aprendizaje y por los verdaderos maestros, por la cultura, por la decencia, eso pensaba en quinto de secundaria cuando le hablaban de universidad, por lo menos eso, lo que paso después fue una lenta y decepcionante sorpresa.
 Al acercarse más a la puerta principal iba apareciendo la flora y fauna del lugar, chiquillas vestidas como jóvenes prostitutas, similares a los videos de esa porquería de moda llamada reggaetón,  chiquillos con actitudes y poses similares, todos sistematizados, autómatas, llenos de pensamientos y valores vacíos, toda la ciudad se estaba plagando de ese tipo de gente, no solo ese maldito lugar, en los mejores trabajos, en los peores antros, en el mercado, encontrar gente fuera del condenado sistema era cada vez mas difícil. En las aulas era igual, pervertidos mozalbetes que se hacían llamar profesores acosando a las idiotas muchachas, salvo las decentes que a las justas se hacían respetar, mujeres y licor sus preferidos temas de conversación, ignorantísimos catedráticos, infelices ordinarios.
Aún temprano para sus clases Fúmelin se ponía en el balcón del segundo piso a observar el ambiente, la clase que le tocaba después de todo, era un poco interesante y el profesor,  el doctor Luis Vafanculo, era un aroogante y pedante soberbio, que a veces se pasaba más tiempo hablando de sus sobre valorados relojes y viajes que del tema a tratar del día pero a pesar de eso tenía decencia y valores, sin importar que fuera el típico pituco engreído de los años 90, era tal vez uno de los mejores elementos de aquel asqueroso lugar lleno de enfermos casi analfabetos.

Cuando Vafanculo subía las gradas, Fúmelin se dio vuelta para ir a su salón de clases, pero de pronto, le entro ese maldito nerviosismo al cuerpo, ese temblor que le venía siempre q estaba cerca ella, la chica que había visto en las clases de Vafanculo el semestre pasado, Vanessa Nardone, y  es que la verdad Fúmelin no podía evitarlo, era un placer de gracia, blanca y tersa tez,  delicados y gruesos labios rojos sonriendo junto con sus intensamente verdes ojos, sacudiendo suavemente ese cabello lacio color negro azabache mientras caminaba, ese día el estupor  fue mucho peor que cualquier otro, fue grave, pero agradable. Cuando estuvo a 5 pasos de ella su presión subió súbitamente, Fúmelin era muy bueno disimulando, ella jamás lo hubiera podido notar, Fumelín tenía una expresión muy seria, siempre fue así, de esa forma siempre podía disimular como se sentía, descifrarlo era imposible casi, al saludarla esbozó una sonrisa y muy casualmente soltó un “hola”, ella con una suave voz y fatal sonrisa le contestó, fue demasiado, Fúmelin estaba encantado. La clase de hora y media se paso en 15 segundos, muy discretamente, Carlos Fúmelin la veía mientras inventaba millones de formas para abordarla, cada una más complicada que la otra, cuando de pronto, Vafanculo dio por terminada la clase y Fumelín salió, dispuesto a largarse, era otro día más sin atreverse a hablarle.
Fúmelin ya afuera,  vio a Vanessa con su amiga Camila y los tarados de sus amigos, los típicos imbéciles de los que se esta plagando la ciudad, estaban conversando, riendo, cómo podía juntarse con esos imbéciles, si ella es diferente, es encantadora, audaz, original, creativa y escucha excelente música todavía, era inconcebible,  se dijo Fúmelin,  y dicho esto paso algo horrible, uno de ellos la rodeó con el brazo, algo que hace cualquier amigo a su amiga ante los ojos de un extraño, pero no de Fúmelin, que sintió una furia asesina, suéltala tarado de mierda, gritó en su cabeza, pero luego hubieron risas, ni siquiera es tu flaca y mira como te comportas ante eso, pensó, alejándose como escapando se encontró con unos cuantos amigos con los que intercambio unas cuantas palabras y se despidió apurando el paso hacia la tienda, pues el sol era cada vez peor y era urgente una bebida helada, estaba esperando en la tienda pero una se poso en su brazo….
­­_Oye tú! _Dijo Vanessa con una linda sonrisa y voz todavía más suave que la de antes.
_Vane que tal, que haciendo que planes_ Dijo Fúmelin haciendo esfuerzos para sonar tranquilo.
_Ay, mañana iba a ir al concierto del centro pero la tarada de Camila prefiere estar con su novio. Aunque creo que iré sola igual, habrán buenas bandas!_
_A que paja, no sabía que te gustaba, yo iré de todas maneras_ Contestó Fúmelin.
_Claro que me gusta! pero avisa pues, me hubieras dicho antes, tu siempre te pierdes pues, pero esta vez no ah!, te llamo para juntarnos antes, chau_ Dijo al fin Vanessa mientras se despedía con un cariñoso beso en la mejilla.

Fúmelin comenzó a caminar tranquilo mientras bebía una Inca Kola helada, parecía relajadísimo pero por dentro estaba temblando, la voz de Vanessa todavía acariciaba sus oídos, en su trayecto a casa, rarísimo, pero el tráfico, la gente y los sucios edificios de la Avenida Salaverry le parecían un paisaje sumamente acogedor.

 

lunes, 8 de octubre de 2012

Recuerdos

Es extraño ponerte a revisar tus memorias
Es extraño revivir sentimientos viejos
Excavar en lo mas profundo de tu alma
Y recordar todos los hechos

Mas extraño es comenzar a preguntarse
Y darte cuenta de las respuestas
Y ver claras todas las señales
Que negabas en su momento

¿Qué si hubiera sabido todo lo que sé?
¿Qué hubiera podido hacer diferente?
¿Cuantas cosas hubieran cambiado?
¿Cuanto yo no hubiera llorado?







domingo, 7 de octubre de 2012



Un Año de Silencio.

Atreverse a escribir sobre uno mismo, muchas veces es un error o un acierto.

¿Cómo elegir las palabras para describir comportamientos absurdos y a la vez otros tan cuerdos y bien planeados? Me he jactado tantas veces de mirar el lado serio de la vida, que no me estaba dando cuenta de que disfrutaba aquellos momentos - cortos y también largos - en los que primaba mi instinto, mi parte emocional. Era mi personalidad siguiendo su curso, sin que la razón la atrape.

Momentos en los que no planificaba las cosas y salía todo al revés. Momentos en los que podía caminar o estar por cualquier lugar y sucedía justamente aquello cuya probabilidad de suceder era la más mínima. Podría plantear diversas hipótesis sobre esto. Pero no me quedo con ninguna. La vida es un remolino de imágenes y experiencias. También podría compararla con un laberinto, lleno de callejas y falsos pasajes, sin direcciones, sin mapas. No lo sé. Siento que estas descripciones no son enteramente mías. Una muestra más que nos sirve para comprobar que la mayoría de pensamientos son robados. 

Han pasado tantos días con sus noches, y nunca había sentido tan fuerte la necesidad de escribir sobre mi misma. Tal vez sí sentí un ligero escozor en la nuca cuando notaba que nunca dejaba nada escrito. Como si quisiera borrar mis huellas. Tuve un diario alguna vez, en mis épocas de colegio. Me lo encontré hace algunas... ¿semanas?..., sí, creo que fueron semanas. Viejo y desgastado, estaba lleno de rayones - no merecen el nombre de dibujos- y palabras inconexas. Sólo incrementaba mi confusión. 

El tiempo nunca ha sido importante para mi. Seguramente por eso, siento como si fuera sido ayer la última vez que me imaginé escribiendo esto, hace exactamente un año, si nos ponemos a hacer cuentas. Las personas encuentran muy necesarias las estadísticas. Necesitan datos, fechas, números..., supongo que les ofrece tranquilidad el tener casi todo controlado. Los seres humanos, necesitamos ubicarnos en cierta parte del tiempo, tener una historia, un pasado, que nos sirva para explicar el presente y pronosticar el futuro.  Aunque generalmente sea inútil, pues no podemos controlar las cosas. El destino no es nuestro.

¿Existe un destino? Tampoco lo sé. No tengo la certeza, pero siento que es así. Si pudiera controlarlo olvidaría lo que quiero olvidar, haría lo que debería hacer, sentiría en el momento necesario, y también dejaría de sentir. Los sentimientos y emociones son lo que nos motiva a actuar, no la razón. La razón los prefabrica, los adecua a estándares aceptados por la sociedad. No quiero promover la anarquía, pero sí me atrevería a afirmar, nuevamente, que nos estamos a acostumbrando a pensar como otros.

Por último, escribo ahora, porque tal vez no pueda mañana. Somos criaturas finitas y a pesar de ser un laberinto, la vida es una sola y es mía. Así que merece dedicarle unas cuantas palabritas, palabrejas, y también palabrotas. ¡Hasta la próxima!