Verde

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martes, 23 de octubre de 2012

La Vida Comprada

Sonrió abiertamente. Cada atardecer le regalaba la libertad. Se sentó en la mesa de siempre, en el café de la calle de los geranios rojos. Casi nadie frecuentaba ese lugar, estaba ubicado en una terraza donde el viento soplaba violentamente e impedía la conversación. Pero a ella le gustaba bastante. 

El sol se escondía, estaba a punto de perderse entre las nubes sanguinolentas, y le alumbraba directamente el rostro. No se quejó, siempre disfrutaba las tardes de sol y viento. El viento frío se lleva los amargos pensamientos, mientras que el sol, caluroso, cura lentamente las viejas heridas. Y podía soñar. Soñar despierta, porque dormida no podía. De todas formas, el problema no se encontraba en la capacidad de soñar, sino en que la oscuridad le parecía aterradora, por eso no soñaba de noche. Mejor algo intermedio. Ni mucho frío ni mucho calor. Así se estaba bien.

También llevaba consigo un pequeño cuaderno de notas, donde escribía frases cortas, fruto maduro de cada atardecer. Cada día tenía un motivo diferente, dependiendo del estado de ánimo. Acostumbrada a redactar elaborados ensayos académicos, le resultaba un poco difícil volver a escribir como antes. Antes si escribía seguido, lo disfrutaba. Bueno, también no tenía casi nada que hacer con ese tiempo. Podía gastarlo como quería. Las horas no tenían la importancia que ahora tienen, la lluvia podía caer interminablemente y no estaba obligada a correr y cobijarse en cualquier lugar porque se le malograba la ropa y había que ir a algún sitio importante. Qué felicidad sentía cuando olía con tranquilidad la tierra húmeda, la fragancia de las plantas y cuando observaba las hojas caídas de los árboles, altos, que se elevaban al cielo como densos rascacielos naturales.

"Recién empiezo a ver el mundo como es", se dijo a sí misma. Había olfateado al animal de la vida, intuido el hambre insaciable de la sociedad, pero nunca lo compartió, no se sentó con el resto de la gente en la mesa redonda del convite a humedecer las fauces con la desgracia ajena. Huyó de "lo normal", escapó de la televisión y de la radio, se hundió en sus propios pensamientos y en los libros.

"El mundo de allá fuera es peligroso y amenazante, pero es misterioso y atrae", sentenció. No es posible vivir siempre al amparo del calor del hogar, bajo la protección de los padres, debajo de la dulce burbuja meticulosamente elaborada en años de convivencia. El hombre, el animal racional, adora el peligro y está continuamente al acecho, al filo de la navaja. ¿Significará esto la lucha, el conflicto entre lo bueno y lo malo?

Un día, tendrá que reunir las pocas cosas que realmente le pertenecen y tomar un nuevo rumbo. Empezará a tomar decisiones, será complicado. Sabe que sufrirá por un tiempo y extrañará el calor del hogar; pero ya no podrá volver atrás, pues una vez conquistado y domado el peligroso animal que es el mundo, no hay cosa más fascinante.

Lentamente cogió la taza de café, estaba frío, la dejó encima de la mesa y escribió en su libreta la fecha de ese día. Tiempo de cambio. ¿Pero hacia dónde ir?














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